Balada de un subempleado ilustrado


Ahora que el tema educacional está en el centro del debate, algunos han puesto la vista en los subempleados ilustrados: esos profesionales que al no encontrar trabajo en la carrera que estudiaron, deben conformarse con labores para las que están sobrecalificados. Suman 570 mil. Cristián Salinas es uno de ellos. Es ingeniero en medio ambiente. Vende consolas y videojuegos en una multitienda.

por Ignacio Bazán

Un grupo de niñas lo mira con desconcierto y algo de admiración. Cristián Salinas toca la guitarra mientras juega un videojuego en pleno Ripley del mall Marina Arauco, en Viña del Mar. El juego se llama Guitar Hero y el tema que toca es de Metallica. Salinas toca cada nota, cada botoncito de color de la guitarra de plástico, sin equivocarse. Para las chicas que lo miran, para el jugador ocasional de videojuegos, lo que él hace es una hazaña.

Para él no es nada. Es sólo su trabajo.

Si Salinas tuviera que trazar la hoja de ruta de su vida, probablemente jamás hubiera imaginado que, a sus 29 años, se encontraría en Ripley, un día de semana, tocando Guitar Hero como parte de su trabajo. Pero es justamente eso lo que hace regularmente de lunes a jueves, cuando la clientela no es mucha. En estos últimos dos años, ha jugado miles de horas mientras está en su horario laboral. Muchos fanáticos de los videojuegos verían en eso una situación ideal. Para Salinas, no es así. Dedicó ocho años de su vida a estudiar una carrera. En el 2009, con el título en mano de ingeniero en medioambiente del Duoc, salió a buscar trabajo. No le fue bien. Mandó currículos a varias agencias de estudios ambientales y a instituciones de gobierno. Hasta el día de hoy, no ha encontrado nada.

No es el único.

En Chile, según la Nueva Encuesta Nacional del Empleo del INE, hay 570 mil subempleados ilustrados. Esto es, profesionales que estudiaron en un instituto o en una universidad, pero que están trabajando en otra cosa, con una paga generalmente menor, con menos protección laboral y además, sobrecalificados para las tareas que realizan. La cifra no es poco, sobre todo, si se considera que el mercado laboral chileno bordea los 8 millones de personas. Incluso, es levemente superior a los 558.000 desocupados.

Es cosa de ponerse a preguntar y uno llega a casos como el de un analista de sistemas que es cajero en el estacionamiento de un hotel. O un ingeniero en turismo que trabaja en un call center. O un sicólogo clínico que es técnico de computadores.

O Cristián Salinas, que en lugar de hacer informes ambientales, se ocupa de promocionar consolas.

Salinas siempre recuerda un momento clave en su etapa de estudiante. Era un alumno de tercer año. Estaba en una clase en el Duoc de Valparaíso, cuando un profesor le dijo que, de los 45 alumnos que en ese momento se encontraban en la sala, apenas tres encontrarían trabajo en lo que estudiaron. "Me impactó, porque al entrar, a uno casi le aseguran que va a tener trabajo. Y con el paso de los años, te empiezas a dar cuenta que ni siquiera los profesores tenían claro dónde uno podía encontrar fuentes laborales. Muchos compañeros terminaron de cajeros en supermer- cados, en trabajos de ese estilo. De toda mi generación, sólo conozco a una persona que trabaja en el rubro y que le va increíble".

Salinas, en todo caso, no se preocupó demasiado al escuchar el augurio del profesor. Un familiar cercano había sido por muchos años gerente en la Refinería de Concón. Y durante todos sus años de estudiante pensó que iba a terminar trabajando ahí. Pero el conglomerado de gobierno cambió el 2010 y eso, según él, lo afectó. "Cuando presenté mi currículum en Enap, me dijeron que los cargos eran políticos y me preguntaron si pertenecía a algún partido de la Alianza", dice. Su respuesta fue no. "Y la posibilidad de trabajar como ingeniero ambiental de la refinería se redujo a cero".

Siguió repartiendo currículos en otras empresas, pero todos rebotaban. Salinas empezó a preocuparse en serio. Tenía que sustentarse a sí mismo. "Vivo solo desde los 20 años aquí en Viña y desde el segundo año de carrera que pago mi arancel".

Cuando se vino a estudiar al Duoc, Salinas había dejado a su madre y sus abuelos en San Antonio. Se instaló en la misma casa que ocupa hasta hoy y que le cuesta $ 120 mil al mes. "Me tomó ocho años titularme, porque hubo varios semestres en los que tuve que congelar, ponerme a trabajar full time y así ahorrar para pagar el siguiente semestre. Yo no puedo darme el lujo de estar sin trabajo, porque necesito un piso mensual para mantenerme".

Después de trabajar durante sus años en el Duoc como mesero en un bar del puerto y luego como vendedor en una tienda de artículos de surf, Salinas llegó a trabajar a un mall. Ya estaba titulado. En los 10 semestres de la carrera -actualmente sólo son ocho- había desembolsado $ 8 millones en matrículas y aranceles. Y como entonces trabajaba exclusivamente para pagar las mensualidades, ahora estaba forzado a encontrar trabajo lo más rápido posible. Primero vendió televisores para Sony. Y luego se ofreció para vender juegos y consolas de esa misma marca en las grandes tiendas del retail.

Así fue como trabajó un año y medio en Almacenes Paris. Estos últimos seis meses han sido en Ripley. Su sueldo base es el mínimo, pero con bonos puede llegar a un tope de $ 485 mil al mes. "Siempre cumplo las metas y recibo esa cifra. El mes pasado, eso sí, me descontaron 40 mil por no venir bien afeitado". Aunque trabaja en Ripley y vende productos Sony, su sueldo se lo paga una agencia de Recursos Humanos. Con ellos tiene el contrato.

Salinas es un apasionado de lo que vende, porque desde niño le gustaron los videojuegos. Dice que el living de su casa en Viña del Mar alto (en la subida de Agua Santa) es un templo de entretención virtual. Cada juego de $ 45 mil, cada consola de más de $ 200 mil, fue pagada íntegramente por él. "Vendo productos Sony, pero no tengo contrato con ellos. Entonces no me hacen descuento".

Luego de titularse el 2009, Salinas pasó momentos complicados. La frustración de no encontrar trabajo en su rubro se empezó a acumular. Pero la mayor presión venía desde afuera. "Mi novia, que estudió conmigo la misma carrera en el Duoc, quería que yo trabajara como ingeniero ambiental. Teníamos planes, llevábamos ocho años juntos, pero esa presión no la pude aguantar".

Su novia, tras titularse en el Duoc, hizo un curso en prevención de riesgos. Otros compañeros hicieron lo mismo. Salinas dice que algunos han encontrado un trabajo bien remunerado, que puede superar el millón de pesos al mes, gracias a eso. "Pero para hacer ese curso necesito dos millones y medio, que me es imposible ahorrar".

La frustración de no encontrar trabajo como ingeniero lo hacía despertarse cada mañana como si le hubieran puesto un pie encima. Empezaron las crisis de pánico, las que se profundizaron después del terremoto del año pasado. "Dormía con angustia, como cuando te quiebras una costilla y tienes que respirar cortito. Con mucho dolor, decidí terminar con mi novia. Fue como una válvula de escape. De a poco me empecé a sentir mejor, a estar tranquilo y disfrutar el trabajo".

Hace unos tres meses, sin dejar de vender videojuegos y consolas en un mall, empezó a buscar un trabajo mejor remunerado. Si era como ingeniero, bien; pero también empezó a explorar otras posibilidades. "Quiero poder comprarme un auto, una casa, aspirar a más cosas. Esta es mi última semana como vendedor de consolas".

Ahora venderá generadores de energía a petróleo en la Quinta Región. Su sueldo va a ser de $ 700 mil, incluyendo las comisiones. Mejor que el actual. Pero reconoce que un ingeniero ambiental de su edad, trabajando en el área que le corresponde, debería bordear el millón de pesos mensual. Incluso superarlo.

Salinas dice que existen carreras similares a la suya, impartidas por otros planteles, que tienen más peso en el mercado laboral. Universidades como la de Chile, Valparaíso, Viña del Mar, Santa María o Usach tienen ingenierías o carreras que apuntan a los estudios y evaluaciones ambientales. "En parte por eso, el Duoc cerró la carrera de ingeniería ambiental en la sede de Valparaíso el 2007. Hubo demasiados reclamos de alumnos titulados que no tenían campo laboral. Los que debían terminar algún ramo tuvieron que ir al Duoc de Santiago, donde se sigue impartiendo la carrera. Yo me salvé. Me quedaba sólo el seminario, que es como la tesis".

A las 9 de la noche, Salinas termina su jornada laboral. Toma su bicicleta y se va a casa. Allí vive junto a su pitbull. Salinas ama a los animales. Dice que tiene la capacidad de tranquilizar al animal más inquieto, que es como un don.

Por eso, medio en broma, medio en serio, confiesa que si pudiera retroceder el tiempo, habría estudiado veterinaria y luego habría hecho estudios de etología, ciencia que se encarga del comportamiento de los animales. "Sí. Habría sido el mejor veterinario, no tengo dudas", dice con un optimismo definitivamente a prueba de balas. Un bien escaso en un subempleado ilustrado.

Fuente:El Semanal de La Tercera, domingo 14 de agosto de 2011