Entre el Viento y el Átomo


Por Raúl Sohr


Es posible que las consideraciones sobre una amenaza mayor, que es el calentamiento global, hagan de las centrales nucleares un mal menor. Pero en Chile existen otras alternativas a considerar antes de iniciar la construcción de una planta atómica.

El lobby a favor de la construcción de una planta electronuclear en Chile insiste en que se requieren decisiones rápidas. Después de décadas de letargo en el tema energético, de pronto, hay urgencia. Pero si hay un campo donde no es aconsejable la prisa es el atómico. Cualquier decisión, en esta esfera, trasciende al gobierno de turno. La introducción de la energía nuclear en Chile requiere del consentimiento explícito de los chilenos. No basta que un candidato presidencial lo postule en forma genérica en su plataforma electoral, entre cientos de otras propuestas para que luego, una vez electo, señale que tiene luz verde para construir una central atómica porque ello figuraba en su programa.

Chile requiere un debate sobre su futuro energético. A estas alturas existe consenso con respecto a que el país debe contar con una matriz diversificada, con precios competitivos y que brinde seguridad de abastecimiento en el largo plazo. Las divergencias comienzan a la hora de definir cuáles han de ser las fuentes. Es de sentido común explorar, en primer lugar, los recursos más abundantes, limpios y seguros, tanto en su operación como en su disponibilidad.

En el caso chileno, la energía que cumple con todas estas condiciones es la eólica. Los daneses confeccionaron un atlas de los vientos en el mundo que tuve oportunidad de ver, en parte, durante una reciente visita a Copenhague. Chile es uno de los países con las mejores condiciones en cuanto a las corrientes de aire. La misma apreciación me fue refrendada por Tore Wizelius, un sueco que se cuenta entre los más destacados especialistas en energía eólica.

En la actualidad, la tecnología de los aerogeneradores o molinos de viento ha alcanzado un alto grado de eficacia. En una central atómica cuesta, por la parte baja, dos mil millones de dólares producir mil megavatios. Para generar la misma cantidad de electricidad mediante la energía eólica, en cambio, se requieren unos 350 aerogeneradores de tres megavatios, cuyo precio será apenas un tercio de la planta nuclear, es decir, unos 700 millones de dólares.

En el caso de la planta nuclear, no se consideran los costos de construcción de un depósito de residuos, que suele ser tan caro como la misma planta, ni el desmantelamiento de la misma, que puede costar otro tanto. En una central atómica los desperfectos o períodos de mantención significan total ausencia del flujo eléctrico. Es una gran concentración de generación que obliga a tender largas líneas de transmisión. Los aerogeneradores, en cambio, son instalados allí donde se les requiere y pueden ser trasladados sin dificultades.

La razón fundamental de oposición a la energía nuclear es el peligro que entrañan los reactores. El uranio enriquecido que los alimenta no existe en forma natural. Es una creación humana que no puede ser destruida. Los accidentes son poco frecuentes pero tienen una potencialidad destructiva inigualada por ningún otro elemento sobre la faz de la Tierra. A diferencia de cualquier otra materia, no es posible limpiar la radiactividad. Algunos recordarán las pruebas atómicas francesas en el atolón de Mururoa. El viento trajo las nubes hasta Chile y las lluvias contaminaron pasto que fue comido por vacas que entregaban leche con niveles de radiactividad. Lo mismo ocurrió en Europa luego del accidente en Chernóbil, en Ucrania, que produjo una nube radiactiva que viajó por partes de Europa. Fue necesario sacrificar animales a grandes distancias.

Los sectores empresariales que han disminuido el Estado, que han exigido su subsidiariedad e impedido que tome iniciativas, hoy piden una postura más activa por parte del gobierno. Después de predicar que el mercado aportaría las soluciones necesarias, también en el campo energético, la postura ha mutado para solicitar que los gobernantes diseñen una estrategia que dote al país de una matriz diversificada. En buena hora.

No cabe descartar la energía nuclear. Es posible que las consideraciones sobre una amenaza mayor, que es el calentamiento global, hagan de las centrales nucleares un mal menor. Pero en Chile existen otras alternativas a considerar antes de iniciar la construcción de una planta atómica. La más importante es sacar el mejor partido de lo que se tiene. Una política de ahorro energético podría liberar más megavatios que la construcción de una planta atómica.

Los alcances de comprometer al país en la vía nuclear ameritan una consulta popular. Muchos países han realizado referendos para zanjar el asunto. Es el caso de Austria, Suecia, Suiza, Eslovenia, Italia. Otros, como Dinamarca, optaron por omitirse en tanto que Alemania ha asumido el compromiso de acabar con sus reactores. A los pueblos soberanos e informados les corresponde la última palabra.

Fuente: www.lanacion.cl

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡NO A LA ENERGIA NUCLEAR!!!
Es carísima, sus desechos son altamente contaminantes, produce dependencia a otro país que vende los insumos, en casos de accidentes peligrosísima, y la radiación NO SE DISUELVE CON AGUA NI CON BUENAS INTENCIONES.
LAS ENERGÍAS RENOVABLES SON EL FUTURO DE CHILE Y DEL MUNDO.