Energía Gratis y Limpia


Por Raúl Sohr

Se imagina llegar a su casa y enchufar el auto. En un par de horas las baterías están cargadas y casi con costo cero puede circular más de cien kilómetros. Bueno, si, dirá usted pero igual el medidor de la electricidad girará a toda velocidad mientras carga. No, no si usted ha instalado placas fotovoltaicas en el techo de su casa que le dan la energía en forma gratuita. ¿Es esta una visión utópica? En mi reciente viaje a Alemania conversé con el diputado verde Franz-Joseph Fell que realiza el ejercicio descrito en forma diaria. El combustible lo proveen los rayos solares que al pasar por las células fotovoltaicas, mediante un proceso químico, se convierten en electricidad. Al circular con su auto eléctrico Fell no emite una sola molécula del tóxico dióxido de carbono o CO2. El costo por 100 kilómetros es de un euro (750 pesos) contra 12 euros en un auto convencional. Claro que Fell prefiere, de todas formas, desplazarse en bicicleta. La energía fotovoltaica no es un asunto de ciencia ficción pues crucé Berlín, navegando por el río Spree, en un lanchón movido por un motor eléctrico alimentado por células fotovoltaicas dispuestas en su techumbre. Bueno dirá, con sano sentido común, más de algún lector por qué esta maravilla no está en uso. La barrera está en los altos costos iniciales de las placas y las baterías. Pero eso está en vías de cambiar.

En Alemania el debate sobre el futuro de su matriz energética figura a la cabeza de la agenda nacional. Berlín ha asumido un desafío mayor: está en el proceso de acabar con la energía nuclear a medida que caducan los 19 reactores existentes, que le proporcionan algo más de 20 por ciento del fluido eléctrico. En América Latina, dicho sea de paso, corrían rumores sobre las dificultades técnicas de las plantas nucleares alemanas en Brasil y Argentina. Ahora escuché de la boca de un alto funcionario del gobierno germano que las centrales núcleo eléctricas teutonas de Atucha, en Argentina, y Angra dos Reis, en Brasil, no funcionan. La autoridad habló bajo las ahora generalizadas reglas conocidas como Chatham House Rules. Esto alude a la institución británica que popularizó la norma que permite citar el contenido de una conversación sin revelar a su autor.

Los alemanes han tenido, por su parte, problemas con algunas de sus plantas. Como se sabe el país europeo no tiene volcanes ni es vulnerable a terremotos. Por ello me sorprendió al pasar frente a la central de Mülhein Kärlich, en las márgenes del Rin a diez kilómetros al norte de la ciudad de Coblenza, saber que apenas alcanzó a operar tres años. La construcción de la planta comenzó en 1975 y fue concluida en 1986. Pero ya en 1988 fue cerrada, en forma definitiva, por una decisión de la Corte Suprema. La razón fue que el reactor se encontraba en una zona donde se registraba actividad sísmica. El Rin es una de las principales arterias europeas y por el circulan barcazas que transportan decenas de miles de toneladas de carga. Además es vital para vastas zonas agrícolas por lo que su cuidado es de primera importancia. La monumental construcción no ha sido demolida por el enorme costo que ello representa. Si Berlín estimó que los temblores amenazaban con dañar la planta, con posibles fugas de radioactividad, resulta incomprensible que en Chile, un país sísmico por definición, circulen promotores de la energía nuclear que alegremente dicen que no hay nada que temer. Ello incluso después que, en 2007, en Japón la mayor planta nuclear del mundo, la de Kashiwazaki, quedó deshabilitada por un terremoto de mediana intensidad.

La meta principal de los alemanes es reducir las emisiones de CO2, el principal de los gases de invernadero responsable del calentamiento global. Junto a la Unión Europea se han propuesto reducir la producción del nocivo gas en 20 por ciento con miras al 2020. En el ministerio de Relaciones Exteriores germano señalan que la seguridad energética y el cambio climático están a la cabeza de la agenda internacional alemana. Así la diplomacia de Berlín asigna importancia prioritaria a las tres regiones que le proveen insumos energéticos: Rusia, el Medio Oriente y el norte de África. Consultados si no temen depender de Moscú para los despachos de gas, que les vende 35 por ciento del consumo de este combustible, señalan que Rusia necesita tanto de las divisas teutonas como ellos de su gas. Esa dependencia mutua obliga a ambas partes a cumplir con sus compromisos.

De todas formas la primera prioridad es disminuir cuanto les sea posible el consumo de los combustibles fósiles: petróleo, gas y carbón. Al igual que Estados Unidos el Estado alemán gasta billones de euros anuales en la importación de combustibles. El diputado Fell señala que el gasto en compras de combustibles fósiles y uranio supera los siete billones de euros anuales. Si este dinero fuera destinado al desarrollo energético nacional podrían dar pasos gigantescos en pos de una mayor autonomía. Y, por cierto, para detener el deterioro ambiental causado por la quema de estas sustancias. En la actualidad las energías renovables ya proveen más de 15 por ciento de la demanda de la mayor economía europea. Los paquetes de estímulos económicos en diversos países, con Estados Unidos a la cabeza, han puesto el énfasis en nuevas tecnologías energéticas menos contaminantes y que reduzcan la dependencia. Varias capitales del mundo industrializado ven en la crisis económica una oportunidad para dar un golpe de timón que permita crear nuevas tecnologías amigables con el medio ambiente.

Como en tantos campos la clave para una estrategia energética es política. En cada sociedad pugnan intereses contradictorios. Quienes ejercen el poder del Estado son los responsables de fijar las prioridades nacionales. Los gobernantes pueden declinar sus responsabilidades y dejar que por la vía del mercado emerja una matriz. En dicho caso es previsible una estructura que favorece los intereses de los grandes grupos económicos. También es posible que los gobiernos asuman los intereses del bien común e impongan esquemas regulatorios con una visión de largo plazo antes que dividendos de corto plazo.

En el caso alemán, como el de otros países europeos, el Estado es el factor decisivo en la conducción nacional. Los sucesivos gobernantes han diseñado una visión con un horizonte de décadas. Algo que, por desgracia, en Chile pena por su ausencia. Alemania estableció reglas del juego que causaron desazón entre las grandes empresas energéticas. Cualquier ciudadano o comunidad puede producir electricidad. Por ejemplo son millares los que instalan techos con placas fotovoltaicas. Las empresas eléctricas están obligadas, por ley, a comprar esa producción y darle uso prioritario. Quien invierte en energías renovables tiene asegurado el precio de su corriente por 20 años. Ello puede provenir de biodigestores, un molino de viento, una pequeña central de pasada, de una fuente geotérmica, biocombustibles u otras fuentes. Esta ley, que significa un desembolso de 3,2 billones de euros anuales, ha permitido el despegue en serio de las energías renovables no convencionales con un abaratamiento creciente a medida que se masifican. Así aseguran un futuro autónomo y combaten el calentamiento global.

Junto con pensar en nuevas energías conviene sacar el mejor partido a lo que ya se tiene. Utilizar materiales aislantes en la construcción, emplear motores con buen rendimiento, incentivar en el transporte vehículos de bajo consumo de combustible como, por ejemplo, automóviles eléctricos son algunas de las medidas que contribuyen a bajar las emisiones de gases y reducen la factura energética. Es importante considerar, en todo caso, de donde proviene la electricidad. De poco sirve contar con autos con batería si el fluido eléctrico es producido en centrales termoeléctricas a carbón que no capturan el CO2. Sería como desvestir a un santo para vestir a otro. La eficiencia energética es el primer y más importante paso. Un ejemplo notable es Dinamarca que con un crecimiento económico de casi 100 por ciento en los últimos 35 años mantuvo constante su consumo energético. Es la demostración que es posible quebrar la tendencia en que el consumo eléctrico marcha un par de puntos porcentuales por encima del aumento del producto interno bruto. Con todo siempre será necesario reemplazar las viejas fuentes contaminantes y crear otras nuevas. Para ese propósito está en vías de formación, a nivel mundial, la Agencia Internacional de Energías Renovable, conocida por su sigla inglesa IRENA. Su propósito es transformar la matriz energética mundial actual que depende en 79 por ciento de los combustibles fosiles, tres por ciento de la energía nuclear y 18 por ciento de las energías renovables. El éxito de IRENA consistirá en invertir esta proporción.

En la actualidad las energías renovables de más rápida expansión son la eólica, la solar y los biocombustibles. Cada fuente tiene ventajas y debilidades. El viento no sopla siempre y es difícil de almacenar aunque es posible hacerlo. Una forma es aprovechar su energía para subir aguas a represas para liberarla cuando se requiere mover turbinas. Tampoco el sol brilla todos los días. Los biocombustibles usurpan tierras a la agricultura. Por ello conviene contar con un abanico de opciones. Una de las fuentes más prometedoras es la solar que tiene dos variables. Una, la más conocida en Chile, es la solar térmica que es captada por paneles y que calientan el agua. La segunda, más interesante, es la ya citada solar eléctrica que mediante placas fotovoltaicas produce electricidad. Fell señala en relación a Chile, país que conoce, que no comprende como con volúmenes infinitos de luz solar desaprovecha semejante riqueza. La sola idea que se discuta la instalación de una central nuclear en el norte del país le parece un absurdo total. Es hora que el gobierno en Chile induzca al sector privado a invertir en tecnologías que garanticen la independencia, la seguridad energética y que no aporten al calentamiento global. Esas son las energías renovales no convencionales.

Fuente: chilevisión.cl
http://www.chilevision.cl/home/index.php?option=com_content&task=view&id=173266&Itemid=1395

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