LAS LECCIONES NUCLEARES


Por Raúl Sohr / La Nación
OJO CON EL MUNDO

Lecciones nucleares japonesas
El uranio enriquecido que genera la energía nuclear no es una materia prima ordinaria. Se trata de la materia más tóxica del planeta y tarda milenios en perder su letalidad. De allí que la transparencia y la honestidad debieran ser proporcionales a la amenaza potencial que representa. ...

Hace dos años, un terremoto sacudió Japón. El 16 de julio de 2007, producto de las sacudidas, que alcanzaron una magnitud de 6,8 grados en la escala Richter, se cerró, en forma automática, el complejo nuclear de Kashiwazaki, el más grande del mundo. Allí operan siete reactores nucleares que producen 12 por ciento del fluido eléctrico que alimenta a Tokio. Esto es más de la mitad de toda la energía eléctrica producida en Chile. El presidente de la empresa Tokyo Electric Power Company (Tepco), operadora de la planta, admitió: "La magnitud del temblor estaba más allá de nuestras expectativas". Ello, en circunstancias en que las centrales deberían estar en condiciones de soportar movimientos telúricos de hasta 8,5 grados.

Las previsiones iniciales hablaron de una paralización de un año. Cortos se quedaron los técnicos, pues recién este mes ha comenzado a funcionar el primero de los reactores, que en la secuencia de la planta es el séptimo. Por 24 meses, la enorme inversión ha estado sin producir mientras se realizan reparaciones. Las pérdidas para Tepco son colosales y se estima que alcanzaron a los 5 mil 600 millones de dólares solo para 2007. Por fortuna, ninguno de los reactores resultó dañado, pero las obras de refuerzo son de gran envergadura. Porque, aunque parezca increíble, la mayor planta nuclear del mundo está construida a solo 15 kilómetros de una falla tectónica. Ello, claro, ha causado una seria pérdida de confianza de los nipones en sus autoridades. La Corte Suprema en Tokio, basándose en estudios del Instituto Nacional Avanzado de Ciencia Industrial y Tecnología, rechazó las denuncias de organizaciones ciudadanas que reclamaban que el terreno era inadecuado para instalar reactores. "No hay falla y no hay nada que pueda causar un terremoto", dictaminó la corte. Últimas palabras famosas, como se suele decir.

En algunos casos, es más económico cerrar una planta antes que repararla. Los japoneses saben de esto, pues las centrales nucleares de Hamaoka, próximas a Tokai, deben estar preparadas para terremotos de grado 8,5. Esto obligó a cerrar un par de reactores en 2001 y 2004. Elevar el estándar de seguridad de las unidades tenía un costo de 3 mil 300 millones de dólares. La empresa prefirió aceptar una pérdida inmediata de mil 700 millones de dólares e inhabilitar, en forma definitiva, el par de reactores. Cuando se trata de estas magnitudes de dinero, las tentaciones empresariales para falsear los datos y presentar por seguro lo que no lo es es manifiesta. En 2003, 17 plantas de la Tepco, la misma que opera Kashiwazaki, debieron cerrar cuando se descubrió que los informes de seguridad fueron falsificados.

En Alemania, un par de semanas antes del terremoto que cerró Kashiwazaki, en la planta de Krümmel, cercana a Hamburgo, se incendió un transformador que afectó al reactor y obligó a sacarlo de servicio. Incluso, una segunda planta nuclear en Brunsbüttel debió cerrar, a su vez, debido a un cortocircuito que se cree que fue causado por las bajas de voltaje ocasionadas por el incendio. Como es habitual, la empresa responsable de la central de Krümmel no informó sobre la verdadera magnitud del incidente. En todo caso, el reactor fue sometido a reparaciones que costaron 420 millones de dólares a sus operadores, la empresa sueca Vattenfall. Luego de dos años inactivo reabrió para volver a cerrar el 4 de julio por un nuevo cortocircuito en un transformador. El incidente ha reabierto el debate en Alemania sobre la urgencia de abandonar cuanto antes la energía nuclear.

El uranio enriquecido que genera la energía nuclear no es una materia prima ordinaria. Se trata de la materia más tóxica del planeta y tarda milenios en perder su letalidad. De allí que la transparencia y la honestidad debieran ser proporcionales a la amenaza potencial que representa.

Pero ocurre todo lo contrario, pues la industria de energía atómica, quizá por sus orígenes militares, tiene el vicio congénito del secretismo y la desinformación. De Alemania a Ucrania, de Japón a Estados Unidos, empresas, gubernamentales y privadas ocultan la gravedad de los accidentes.

En Chile, algunos empresarios sugieren la conveniencia de contar con un reactor nuclear. Señalan que ello constituiría una fuente de energía autónoma. Es un argumento dudoso, pues no hay ninguna fuente más controlada a nivel internacional que la nuclear. Ante las objeciones de que Chile es un país altamente sísmico, replican que Japón es la demostración viviente de que un país sacudido por terremotos puede contar con energía nuclear. Lo ocurrido en Kashiwazaki prueba que Japón no ha podido administrar con efectividad sus plantas. Esto, en un país que tiene la más alta reputación en materia de seguridad y rigurosidad industrial. Es legítimo preguntarse qué pasaría en Chile si se descubren fallas en una central. ¿Los operadores que habrán invertido miles de millones de dólares estarán dispuestos a paralizar actividades? ¿Estarán dispuestos a invertir lo que sea necesario para alcanzar los debidos estándares de seguridad? ¿Qué harían si descubren que los montos tornan deficitaria la inversión? ¿Simplemente darían por perdido el reactor y absorberán la pérdida como tuvieron que hacerlo en Japón? Éstas son algunas de las interrogantes que deben responder los partidarios de introducir la energía nucleoeléctrica en el país. En lo que toca al tema sísmico, hay un antes y un después de Kashiwazaki. Nadie, seriamente, puede eludir lo ocurrido en la mega central nipona que todavía podría tardar un año en volver su plena actividad. //LND





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